Nuestros hijos colaboran en casa
Un niño que recoge su habitación y colabora en las tareas
domésticas, que ayuda a sus amigos cuando lo necesitan, que comparte las
cosas con los demás... no, no estamos hablando del hijo perfecto, sino de un
niño al que se le ha transmitido la importancia de ayudar a los demás.
¿Fácil? ¡En absoluto! Pero si empezamos desde bien pequeños podemos obtener
unos resultados más que satisfactorios.
Así es como podemos
empezar a transmitir a nuestros hijos la importancia de ayudar a los demás,
relacionando su colaboración con las tareas de la vida cotidiana. Debemos
permitir que nos ayuden en casa, reconocer sus esfuerzos por hacer las cosas
(aunque luego tengamos que rehacerlas) y adjudicarles pequeños trabajos que
sean de su responsabilidad.
Si desde bien pequeño conseguimos que nuestro hijo colabore en las tareas domésticas, crecerá con la idea de que colaborar forma parte de las rutinas habituales y, más adelante, las asumirá como naturales y las aplicará (después de todo un proceso educativo por nuestra parte) a otros ámbitos de su vida. Algunos padres no permiten que sus hijos les ayuden a poner la mesa porque tienen miedo de que rompan un plato, se les caiga algo o coloquen todo en el lugar equivocado. Error. Si le ponemos trabas, nuestro hijo perderá confianza en sí mismo y no sentirá ningún interés por los trabajos en casa. ¿Quién no ha oído a padres (y, sobre todo, madres) lamentándose de lo poco que ayuda su hijo en casa? Cuando el niño crezca, de poco servirá que nos quejemos. Somos nosotros quienes, desde el principio, tenemos la responsabilidad de transmitir a nuestros hijos la importancia de colaborar, tanto dentro como fuera de casa.
En
clave de juego
Ante todo, debemos tener en cuenta que si queremos que nuestro hijo se comporte como a nosotros nos gusta, necesita sentir seguridad en sí mismo. Es imprescindible que se sienta querido y que mantenga lazos estables con las personas que le rodean. Este "colchón", formado por los padres, la familia o las personas que conviven con él, proporciona al niño la tranquilidad necesaria para desarrollar su educación ética. Por eso se dice que la educación de valores empieza a partir de nuestro nacimiento.
En la etapa
infantil, lo mejor es que nuestro hijo se implique cuanto antes en las
tareas domésticas. Aunque para nosotros, en ocasiones, parte de este trabajo
resulta una carga que realizamos casi por obligación, para los niños pequeños
puede resultar algo bien distinto. Lo entienden en clave de juego. Todos los
trabajos que hacen papá y mamá parecen divertidos, y eso tenemos que
aprovecharlo antes de que empiecen a distinguir claramente entre juego y
trabajo. Podemos empezar
adjudicando pequeñas tareas, siempre adecuadas a su edad. Se trata de
implicar al niño poco a poco, sin atender al resultado y sí al proceso: por
ejemplo, si nuestro hijo tiene cuatro años, debemos mostrarnos muy
satisfechos si por la mañana recoge su pijama, en vez de dejarlo tirado en el
suelo, y 'cubre' su cama aunque la sabana asome por debajo de una colcha
retorcida…
Pequeñas tareas para cada edad
A los
niños que empiezan a caminar, les encanta recoger objetos. Cuando acabe de jugar con sus juguetes, coloca una
caja, un baúl o una bolsa cerca del niño y anímalo a guardar todos los
trastos en el interior del recipiente. Cuando acabe, felicítalo por lo bien
que lo ha hecho. De esta manera se acostumbrará a hacerlo sin darse cuenta,
ya que para él recoger formará parte de la actividad lúdica que haya llevado
a cabo.
Con dos años ya
querrá colaborar en tareas domésticas. Quiere ser como papá y mamá y hacer lo
mismo que ellos. Empieza la fase de imitación. Al principio podemos permitir
que ayude en aquello que le gusta. No veas estas colaboraciones (tal vez un
tanto desastrosas) como un problema. Él disfrutará mucho y se sentirá muy
útil ayudándote. Déjale, por ejemplo, el trapo del polvo o la bayeta para que
limpie.
Alrededor de los tres
años ya puede llevar y traer su vaso y sus cubiertos de la mesa. Y a los cuatro
ya es capaz de ponerla sin ayuda. A esta edad, el niño ya está escolarizado
y, por tanto, cambiará su percepción de la realidad. Ayudar dejará de ser un
juego para convertirse en un trabajo. Durante unos años es probable que el
niño se muestre rebelde ante nuestros intentos de que asuma una tarea
doméstica. Hay que tener paciencia. Seguramente también entrarán en escena
otros elementos, como un hermano pequeño ("¿por qué tengo que poner la
mesa si él no hace nada?") y el ansia de independencia, que lo llevará a
rechazar cualquier propuesta paterna o materna relacionada con el trabajo y
la colaboración. De todas maneras, es conveniente que le adjudiquemos una
pequeña tarea, simple y concreta, que deba cumplir sin ayuda de manera más o
menos habitual. Un trabajo que, si él no hace, nadie hará por él. Aunque al
principio se niegue a llevarlo a cabo, piensa que si desde pequeño le hemos
inculcado la idea de ayudar a los demás, y si persistimos en ello, acabará
responsabilizándose de lo que le hemos encargado.
Cambios
en la escuela
El contacto con otros niños en la escuela comporta un gran cambio. El niño de tres, cuatro y cinco años es egoísta, está pasando por la etapa egocéntrica. La relación con sus compañeros de clase ayudará a modificar esta conducta pasajera. A estas edades, nada ni nadie hace cambiar de opinión a nuestro hijo. Él siempre tiene razón y no hay más que hablar. En el colegio se ve obligado a conocer otras opiniones, se dará cuenta de que no todos los niños piensan lo mismo que él y de que muchas veces tiene que dialogar y llegar a un acuerdo para seguir jugando o no discutir. Es decir, no tiene más remedio que aprender a convivir y a aceptar puntos de vista diferentes. También en la escuela aprende normas sociales fuera de la familia y tiene que trabajar en equipo, algo que será muy importante y que nosotros podemos potenciar en casa.
¿Qué
más podemos hacer en casa?
Lo más importante es que nos convirtamos en modelos de conducta para nuestro hijo. Tenemos que dar ejemplo. No podemos exigir al niño que se porte bien con los demás, que ayude y colabore, cuando nosotros eludimos este tipo de responsabilidades. Es fundamental que nuestro hijo viva en un ambiente familiar que fomente la cooperación, debe tener unos modelos estables que compartan pertenencias y trabajos, tiempo libre y conversaciones. Si ve que ayudamos a los vecinos o a otros miembros de la familia, y que a su vez ellos responden de la misma manera tendrá una percepción muy positiva de la colaboración entre las personas.
De esta manera, igual
que nosotros nos prestamos a hacer un favor o a ayudar a otras personas,
debemos potenciar que nuestro hijo comparta sus juguetes con otros niños o
que, cuando sea más mayor, ayude a algún amigo que tenga problemas con una
asignatura. Debemos explicarle que es conveniente que actúe acorde con estos
principios, ya que él también necesitará ayuda en otro momento, y entonces le
gustará que alguien le eche una mano.
Cuanto más pequeño es
nuestro hijo, más estímulo necesita. Si desde el principio aprende a
colaborar y a asumir responsabilidades, entenderá mucho más rápido el
significado de la cooperación. Entenderá por qué es importante hacerse la cama
o ayudar en casa. Entenderá que ayudar a los demás es una cuestión de
convivencia, de respeto a uno mismo y a los demás.
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