Para que los niños tengan un buen desarrollo
emocional, necesitan sentirse queridos y cuidados por sus padres; sin embargo,
un exceso de protección puede traer más problemas que ventajas.
Es lógico que todos los padres quieran lo
mejor para sus hijos: los mejores alimentos, los cuidados médicos más
avanzados, la ropa más bonita y los juguetes más estimulantes, pero bajo esta
premisa algunos de ellos envuelven a sus niños entre algodones sin darse cuenta
de hasta qué punto pueden perjudicar con ello el desarrollo de su personalidad.
Este tipo de padres, viven tan pendientes
de sus vástagos que ponen un celo desmesurado en sus cuidados y atenciones, ven
peligros donde no los hay y les ahorran todo tipo de problemas, pero a su vez les
privan de un correcto aprendizaje ya que no les dejan enfrentarse a las
dificultades propias de su edad de donde podrían extraer recursos y estrategias
que les servirían para su futuro.
Muchos son los indicadores que
pueden servirnos de ayuda a la hora de pensar si no les protegemos en exceso,
algunos de los más evidentes son:
- Observar si cuando cometen algún error o tienen algún tropiezo tendemos a disculparles y proyectamos su responsabilidad en compañeros y maestros, o bien si hablamos con ellos de sus conductas y sus resultados.
- Analizar si tendemos a evitarles situaciones que pensamos pueden resultarles conflictivas o difíciles de resolver o, si por el contrario, procuramos prepararles para ellas.
- Ver si nos anticipamos a sus demandas procurándoles a menudo lo que aún no han pedido, como juguetes, golosinas, distracciones, etc.
- Pensar si estamos fomentando en ellos conductas más infantiles de las que corresponden a su edad porque quizá nos resulta difícil aceptar que están creciendo.
Una relación padres-hijos basada en la
sobreprotección tiene más efectos negativos que positivos ya que a los niños
les costará mucho llegar a alcanzar su madurez.
Además, impedir que un niño aprenda por
sí mismo y responda espontáneamente a las situaciones que surjan a lo largo de
su proceso evolutivo puede provocar:
- La disminución en su seguridad personal.
- Serias dificultades a la hora de tolerar las frustraciones y los desengaños.
- Un mayor apego hacia sus padres que más adelante puede generalizarse en cualquier tipo de conducta dependiente.
- Niños insaciables que no saben valorar nada de lo que tienen y que más que desear las cosas las piden de una forma compulsiva y sin sentido.
- Un retraimiento o inhibición en su conducta que dificultará sus relaciones sociales: no les gusta ir de campamentos, les cuesta jugar o conversar con otros niños de su edad, no pueden afrontar situaciones nuevas.
Por tanto, si no queremos convertir a
nuestros hijos en criaturas inseguras, inhibidas y dependientes, hemos de
prestar atención a su desarrollo evolutivo para saber qué podemos exigirles
que hagan por sí solos.
En cualquier caso, hay que ser conscientes
de que van creciendo y deben ir separándose - como nosotros de ellos - para
conseguir una identidad propia.
En muchas ocasiones, conviene aplicar el
refrán y dejarles tropezar dos veces en la misma piedra. De los errores siempre
es posible aprender.